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DOI: https://doi.org/10.35319/yachay.20227760

Miscelánea

El Padre Miguel Manzanera: las enseñanzas de un profeta
Alberto A. Zalles1

En este artículo evitaré referirme al pensamiento teológico y
filosófico del profesor Miguel Manzanera; aunque, ya que toda su vida
estuvo consagrada a la enseñanza universitaria, es difícil no dejar de
mencionar las bases de su riguroso trabajo intelectual iluminado por el
Evangelio. En realidad, lo que con modestia pretendo con este texto es
dar mi testimonio como alumno que fui de Padre Manzanera. Quiero,
a la hora de recordarlo con gratitud, manifestar el significado que tuvo
en mi formación y en la de los estudiantes que pasamos por las aulas
del ISET y que tuvimos la oportunidad de seguir sus enseñanzas. Para
situarnos en el tiempo, mis estudios de filosofía en el ISET los realicé
entre los años 1979 y el 1983, me licencié en 1984. Llegué al ISET
luego de haber cursado un semestre en el proyecto OSCAR de los padres
franciscanos.

El padre Miguel, en aquel entonces, ya era el Decano de la Facultad
de Filosofía y Ciencias Religiosas de la Universidad Católica Boliviana,
1 Profesor de español en el sistema de enseñanza de Bélgica. Licenciado en Filosofía, ISET-

Universidad Católica Boliviana, 1984. Maestría en Ciencias Sociales, Flacso-Ecuador,
1993. Voluntario en el proyecto OSCAR de los padres franciscanos, 1978.

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institución que todos los estudiantes conocíamos como el ISET: el
Instituto Superior de Estudios Teológicos, que, en realidad, era una
denominación mucho más familiar, más íntima y que correspondía
asimismo al ambiente en el cual desarrollábamos nuestros estudios. Por
aquellos días, el padre Miguel, como decano, desempeñaba el gran rol
de animador de la excelencia académica del instituto.

Por otro lado, por muchas circunstancias, creo que el padre
Miguel representaba la imagen del misionero extranjero que con gran
caridad y entrega vino al país para ofrecer su vida hasta el punto de adquirir
la nacionalidad boliviana. Es por eso que su fallecimiento también marca
–como el fallecimiento de muchos misioneros españoles, europeos y
norteamericanos– la partida de hombres y mujeres que consagraron
su existencia en tierra boliviana para, con el Evangelio, acompañar al
pueblo, y para aliviar también las injusticias estructurales de nuestra
sociedad. Por su personalidad intelectual, por su posición dentro del
ISET, el padre Miguel exultaba una actitud comprometida con el anuncio
de la Buena Nueva y, en consecuencia, tuvo la perspicacia de rodearse
de intelectuales y sacerdotes que con su ilustración enriquecieron la
mente y el espíritu de sus discípulos.

El padre Miguel, a la cabeza del ISET, nos permitió el gran
privilegio de alcanzar una sólida formación humanista y cristiana. Basta
recordar al grupo de teólogos y filósofos que componían el cuerpo
académico para entender el caudal de sabiduría que fluía por el ISET.
En tal sentido, no puedo eludir la fuerte impresión que me produce una
foto de aquella época: es una imagen que publicaron los jesuitas: en el
retrato se puede identificar al entonces padre Jorge Mario Bergoglio, el
hoy Papa Francisco; integrando aquel grupo fotografiado se distingue al
padre Manzanera y a otros sacerdotes que fueron profesores del ISET.
Ahí se ven el padre Antonio Menacho, profesor de teología, el padre
Baptista, un especialista de estudios bíblicos y el padre Enrique Jordá,

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comprometido con la pastoral campesina. En otra perspectiva, en el
ISET convergían varios formadores de las principales órdenes religiosas
del país y también formadores del clero diocesano. Todos ellos, uniendo
fuerzas, forjaron una fecunda facultad universitaria que benefició a
futuros sacerdotes y religiosos y, también, a estudiantes laicos. De más
está decir que el ISET se dio por misión también formar a los agentes
pastorales y laicos.

En cuanto a mi experiencia estudiantil, desde los primeros semestres
quedé marcado por el espíritu de estudio y por la talla intelectual de los
profesores. Difícil pormenorizar los aprendizajes que obtuve de cada
uno de ellos; sin embargo, a riesgo de omitir a alguien, me animo a
citar a quienes recuerdo más vivamente: Iván Tavel, que fue el asesor
de mi tesis; José Vives, profesor invitado que me dio Filosofía griega.
Después tengo en mente a Juan Bailly, Hans van den Berg, Francisco
Dardichón, Eduardo Arboleda, Gregorio Iriarte, Juan José Jimenez, Luis
H. Antezana, Enrique Rocha, Fernando Gonzales, María Elisa Gantier y
Antonia Valencia, estas dos últimas teresianas. En las materias teológicas
recuerdo a Enrique Jordá, Edmundo Abastoflor, Louis Jolicoeur y a
Javier Baptista.

Y así, dentro de aquel inestimable cuerpo docente, el profesor
Manzanera, más allá de su prolífico perfil académico que todos
conocemos, cumplía con gran generosidad su rol de decano,
transmitiendo con entusiasmo la esencia teológica y filosófica cristiana:
la semilla del Evangelio. Sin esta premisa no se podría reconstruir la
historia de las enseñanzas que dio el ISET, la Facultad de Filosofía
y Ciencias religiosas de la UCB. La semilla del Evangelio nos hizo
conscientes de que como estudiantes, como futuros intelectuales y,
si se quiere, como filósofos y teólogos, éramos ante todo personas
imperfectas y que el estudio, el conocimiento racional y la reflexión
podían acercarnos a la verdad. Otra tarea que el padre Miguel Manzanera

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cumplió con gran sabiduría fue dotar a los estudiantes de los mejores
recursos teóricos para discernir la realidad del momento. Vivíamos los
inicios de los años ochenta y la coyuntura mundial y latinoamericana
atravesaba una muy particular transición. En el ambiente teológico
que nos encontrábamos, los ecos del Concilio Vaticano II todavía
resonaban fuertes; y, en el contexto de la Iglesia latinoamericana, se
vivía el espíritu de la conferencia de Puebla celebrado en 1979. A eso
se sumaron hechos muy impactantes, como el asesinato, en el mes de
marzo de 1980, del padre Luis Espinal, en La Paz, Bolivia, y la del
Obispo Oscar Arnulfo Romero, en El Salvador.

Por otro lado, la acción profética del padre Manzanera se extendía
hacia a la reflexión teológica sobre la relación del hombre con la
naturaleza: la vida, en el sentido biológico, lo cual le condujo en los
años que siguieron a dedicarse a la creación del Instituto de Bioética.
Hoy creo que revisar la evolución de las ideas del padre Manzanera nos
podría ofrecer muchas luces para entender y actuar en el mundo actual.
De mi parte, tuve la suerte a asistir a los cursos en los cuales difundía
la esencia de sus convicciones intelectuales. En concreto, recuerdo
que tomé dos de sus cursos. El primero, “Moral fundamental”, curso
en el cual nos introdujo en la substancia teológica y filosófica de la
moral, en la evolución histórica del concepto a través de la teología
y la filosofía. El segundo fue el curso de “Antropología moral”, y, en
esta clase, él ya daba las bases de lo que después vendría a constituir
su pensamiento sobre la bioética.

En cuanto a cómo eran sus clases, el padre Manzanera tenía un
espíritu muy tranquilo. Al entrar en sus clases los estudiantes no
nos encontrábamos con un hombre que expresase pasión por lo que
enseñaba; era más bien un hombre que mostraba mucho equilibrio. A
veces su equilibrio lindaba la discreción, y no digo timidez, porque
eso no habría correspondido al decano de una facultad; pues, su don

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de maestro era llevarnos, con tranquilidad, a discusiones y problemas
teóricos profundos y delicados. Algunas veces, como suele ocurrir
con los estudiantes, influenciados por la época o por el mero afán
de contradicción, además de atrevimiento por nuestra ignorancia,
planteábamos audaces cuestiones; entonces, el padre Miguel, con
magnanimidad y una sutil sonrisa nos daba a entender que nuestros
argumentos eran débiles, o quizás hasta ingenuos, pero, con sus
respuestas y explicaciones nos reconfortaba, haciéndonos sentir que
nuestras ideas, a pesar de todo, eran importantes. Es decir, el padre
Manzanera tenía la humildad de hacernos sentir importantes en
nuestras opiniones e ideas. Ese fue el privilegio que tuvimos al ser
estudiantes del padre Manzanera, del ISET; privilegio que concedió a
nuestra juventud la erudición y la sabiduría del decano del ISET y de
nuestros profesores.

En suma, las enseñanzas del padre Manzanera perdurarán como
las enseñanzas de un profeta.