yachay Año 42, nº 81, 2025, p. 187-203
Juan Narbona 187
YACHAY ADHIERE A UNA LICENCIA CREATIVE COMMONS
ATTRIBUTION-NONCOMMERCIAL 4.0
INTERNATIONAL – (CC BY-NC 4.0) BY NC
cc
DOI: https://doi.org/10.35319/yachay.202581167
Confianza distribuida, sinodalidad y misión digital.
Fuerzas creativas y dinamizadoras en la vida de la Iglesia
Distributed trust, synodality, and digital mission. Creative and
dynamic forces in the life of the Church
Juan Narbona1
Resumen
La sinodalidad, rasgo de una Iglesia misionera, requiere una comunicación
auténtica que fomente la credibilidad y la participación. Frente al individualismo
y la cultura de la sospecha contemporáneos, se destaca la importancia de los
bienes relacionales, en particular de la confianza. En una Iglesia donde todos
participan de la misión, la confianza surge como un valor fundamental. En
el mundo digital, esta se distribuye horizontalmente, aportando empatía y
autenticidad a los mensajes.
Palabras clave
Sinodalidad – confianza – confianza distribuida – misión digital – evangelización
Abstract
Synodality, a hallmark of a missionary Church, requires authentic
communication that fosters credibility and participation. In the face of
contemporary individualism and the culture of suspicion, the importance of
relational goods, particularly trust, is highlighted. In a Church where everyone
participates in mission, trust emerges as a fundamental value. In the digital
1 Pontificia Università della Santa Croce, Roma, Italia
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world, trust is distributed horizontally, bringing empathy and authenticity to
messages.
Key words
Synodality – trust – distributed trust – digital mission – evangelization
Introducción
La sinodalidad puede ser entendida como el elemento catalizador de la
“transformación misionera de la Iglesia” (EG 19)2. Por eso, desde el inicio
de su pontificado, Francisco ha invitado a la Iglesia a reflexionar sobre este
aspecto de la identidad de la Esposa de Cristo, necesario para afrontar el tercer
milenio. La adecuada comprensión y aplicación de la sinodalidad permitiría
profundizar fielmente en otros rasgos importantes, como el protagonismo de
los bautizados, el ministerio jerárquico, el ministerio petrino, el progresivo
discernimiento en cuestiones doctrinales, la actitud ante los desafíos culturales,
etcétera.
Como ha quedado recogido en el documento de síntesis del reciente
Sínodo, una de las conclusiones surgidas de la reflexión apunta a la relevancia
del mundo digital, al que se considera “una dimensión crucial del testimonio
de la Iglesia en la cultura contemporánea”3. Por eso, el mismo texto invita
a estudiar con más profundidad cómo interactúan mutuamente dos de las
revoluciones más importantes de la historia: internet y la fe cristiana. En este
artículo abordamos dos aspectos muy concretos y, al mismo tiempo, nucleares
a las dos revoluciones apenas mencionadas: la comunicación y la confianza.
2 Francisco, “Exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual”,
2013.
3 XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. “Una Iglesia sinodal en misión. Informe de
síntesis”, 2023, n. 17, b.
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1. Sinodalidad y comunicación
La sinodalidad exige una aproximación multidisciplinar para ser
comprendida en su plenitud y quedar enraizada en la vida de la Iglesia. Requiere
que se desarrolle al mismo tiempo una reflexión teológica, eclesiológica,
pastoral, sociológica, etcétera. Con esta premisa, la pregunta que guía estas
páginas es la siguiente: ¿es posible también pensar sobre la sinodalidad desde
el prisma de la comunicación?
El origen etimológico de la palabra “comunicación” remite a los términos
latinos cum y munus, que podrían traducirse como “compartir algo con el otro”.
Por su parte, como es ya sabido, la palabra “sínodo” procede del griego, de la
unión de syn (juntos) y odos (camino): “caminar juntos”. Al devolver a los
dos términos el significado que esconden, resulta más sencillo comprender la
estrecha relación entre ambos. No puede haber sinodalidad sin comunicación;
al mismo tiempo, la comunicación sincera parece un ingrediente imprescindible
para reforzar la sinodalidad. “¿De qué hablabais mientras ibais de camino?”
(Mc 9, 33), pregunta Jesús a sus discípulos; “¿Qué venían discutiendo por
el camino?” (Lc 24,17), interroga a los de Emaús; “Mientras caminaba hacia
Jerusalén, uno le dijo…” (Lc 13,22-23). Camino y comunicación parecen
solicitarse mutuamente en las páginas del Evangelio.
Una de las reflexiones más claras sobre la sinodalidad señala que esta
“es la forma específica de vivir y obrar de la Iglesia como Pueblo de Dios,
que manifiesta y realiza concretamente su ser comunión al caminar juntos”4.
Más adelante, se especifica que “la sinodalidad se articula en torno a tres ejes:
comunión, participación y misión”5. Esta autocomprensión de la Iglesia como
comunión misionera está haciéndose más evidente hoy, pero ya estaba presente
entre los primeros cristianos, como expresa de manera formidable Pablo,
cuando recuerda a los de Éfeso que deben anunciar “un solo Dios y Padre de
todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y habita en todos” (Ef
4,6).
4 Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia (Ciudad del Vaticano:
Libreria Editrice Vaticana, 2018), 6.
5 Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia, 70.
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Esta corriente de reflexión sobre la sinodalidad, que desea reavivar en
la Iglesia su carácter de comunión misionera, coincide en el tiempo con un
particular interés en ámbito académico hacia un tema conceptualmente cercano:
la relacionalidad. El motivo por el que los estudiosos están manifestando interés
en este concepto se encuentra en el impacto negativo que está causando el
individualismo en muchas esferas de la sociedad (la vida familiar, empresarial,
política…). El relativismo, la globalización, los cambios demográficos y otros
muchos factores están contribuyendo a un mayor aislamiento de los individuos
que conforman la sociedad, debilitando así los lazos comunitarios. Como ocurre
a cualquier cuerpo débil, la sociedad es ahora más frágil ante las amenazas que
la acechan, y eso se manifiesta en la extensión de fenómenos como la soledad,
la violencia, la disolución de las familias o la pobreza. A este fenómeno se
refiere en diversas ocasiones el Papa Francisco en su primera exhortación
apostólica, por ejemplo cuando señala que “el individualismo posmoderno y
globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad
de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares”;
por eso mismo subraya la importancia de promover “una comunión que sane,
promueva y afiance los vínculos interpersonales” (EG 67).
La consistencia en las relaciones dentro de cualquier comunidad es una
condición necesaria de su supervivencia. Por eso, Donati destaca la importancia
de los “bienes relacionales”6, esos valores intangibles que nacen de las relaciones
y sólo de ellas, que benefician recíprocamente tanto a los miembros de una
colectividad como al conjunto. La honestidad, el respeto, la puntualidad o la
generosidad son algunos ejemplos: cuando los miembros de una comunidad
se empeñan por cultivar ese tipo de valores, cada persona individualmente
y toda la colectividad salen ganando. Pero esos bienes relacionales no son
únicamente de naturaleza interpersonal, sino que es posible identificar otros
de tipo “secundario”: bienes compartidos por un gran número de personas
que tienen entre sí relaciones mediadas por una organización, es decir, que
comparten una pertenencia asociativa (la participación, la responsabilidad, la
colaboración…). Además de éstos, en la Iglesia existen otros bienes relacionales
6 Pierpaolo Donati, Scoprire i beni relazionali: Per generare una nuova socialità (S/l: Rubbettino, 2019), Kindle
pos. 163.
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particulares que benefician tanto a la comunidad de fe como a la sociedad en su
conjunto: la fe, la caridad, la esperanza, la comunión...
Lógicamente, las mayores amenazas contra los bienes relacionales
son aquellas fuerzas que empujan a la desunión y aíslan a la persona, bien
porque la enfrentan a los demás, bien porque la anonimizan. En este sentido,
la sinodalidad se presenta como un fenómeno dinamizador de las relaciones,
tanto las intraeclesiales como aquellas enfocadas a la misión. Es urgente, por
tanto, poner en marcha diversos mecanismos que sean capaces de equilibrar el
efecto negativo del individualismo en la Iglesia y en la sociedad:
La práctica sinodal forma parte de la respuesta profética de la Iglesia al
individualismo que se repliega sobre sí mismo, a un populismo que divide
y a una globalización que homogeneiza, eliminando las diferencias. No
resuelve estos problemas, pero ofrece un modo alternativo de ser y de
obrar lleno de esperanza, que integra la pluralidad de perspectivas para ser
ulteriormente explorado e iluminado7.
Si el aislamiento y la polarización amenazan la relacionalidad, la
apertura y el debate sincero la refuerzan. De ahí la importancia de promover
una comunicación sana y abierta al interno de las comunidades, que al
mismo tiempo capacite para anunciar el Evangelio. Una comunicación que
no sea únicamente informativa, unidireccional, sino participativa. Porque la
información puede facilitar la unión, sí; pero sólo la participación permite la
comunión. La participación refuerza las relaciones multidireccionales, propias
de un cuerpo vivo, y no sólo en sentido vertical, jerárquico.
Por tanto, teniendo presente la obvia dependencia entre relacionalidad
y comunicación, podemos recuperar ahora la pregunta planteada al inicio:
¿qué aporta la comunicación a la sinodalidad? ¿Cómo puede enriquecer
la comunicación a la autocomprensión de la Iglesia en cuanto comunidad
misionera en la que todos participen de la misión?
7 XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. “Una Iglesia sinodal en misión. Informe de
síntesis”, 2023, parte 1, 1, l.
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2. Confianza y cultura de la sospecha
Muchos son los bienes relacionales que se benefician de una buena
comunicación. Sin embargo, en estas páginas queremos centrar la atención en
uno de los más relevantes y necesarios: la confianza. En cuanto bien relacional,
[...] surge entre dos o más sujetos que estabilizan sus expectativas de
fiabilidad mutua en una relación en la que se producen interacciones y
transacciones que les benefician a ellos mismos y que también pueden
generar un clima de confianza a su alrededor. La confianza interpersonal
primaria puede atraer a un grupo más amplio, e incluso puede proyectarse
sobre una asociación u organización más amplia8.
Pero, ¿qué es la confianza? El origen etimológico de la palabra conserva
la esencia de su significado: el término latino fides proviene del griego, pistis,
que a su vez procede del sánscrito, fid, verbo que significa “atar”. Quien, para
confiar en una persona, utilizó por primera vez el mismo verbo que se usaba,
por ejemplo, para atar (fid) un caballo a un poste, quería expresar que su futuro
seguía ligado al del otro, basándose únicamente en la fuerza –fuerte y frágil al
mismo tiempo– de una promesa9. Desde entonces, confiar significa dar un salto
al vacío con la esperanza de que el comportamiento futuro de la otra parte sea
coherente con las expectativas generadas. La confianza aparece así como la
fuerza capaz de proyectar al hombre y a cualquier comunidad hacia el futuro,
pero al mismo tiempo los hace frágilmente dependientes de la colaboración de
los demás.
Diversos autores han señalado recientemente que atravesamos un
período marcado por la “cultura de la sospecha”10, un contexto social en el
que la confianza circula a una velocidad más lenta. El mayor conocimiento de
escándalos por parte de la opinión pública, así como una contaminación de la
comunicación social (arrastrada por fenómenos como el discurso del odio, las
8 Donati, Scoprire i beni… Kindle pos. 212.
9 Es difícil no ver el origen terminológico que comparten los términos fe y confianza. La fe en Dios es el acto de
confianza supremo, porque el hombre se abandona en Él, como frecuentemente recuerdan las Escrituras
(Sal 18:2; Sal 27:3; Prov 3:5-6; 2 Sam 22:1-4; Is 12:2; 1 Jn 3:21-23…).
10 Onora O’Neill, A question of trust. The Reith lectures (Cambridge: Cambridge University Press, 2002), 6;
Michael Bacharach y Diego Gambetta, “Trust as type detection”, en Cristiano Castelfranchi y Yao-Hua Tanin,
Trust and deception in virtual societies (Dordrecht: Springer Netherlands, 2001), 1-26.
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noticias faltas, la polarización, la sobrecarga informativa o la emocionalidad
de los contenidos), desincentiva a las personas a abandonarse en los demás, y
en particular en aquellas instituciones que durante siglos han sido las columnas
vertebrales de la sociedad (por ejemplo, los partidos políticos, el ejército, la
banca y, por supuesto, la Iglesia). Según Botsman, tres son las razones por las
que las instituciones han perdido su atractivo11: la disparidad en la asunción
de responsabilidades (algunas personas son castigadas por comportamientos
incorrectos, mientras que otras se salen con la suya); el ocaso de las élites y
la autoridad (la era digital aplana las jerarquías y erosiona la confianza en los
expertos, los ricos y los poderosos); y las cámaras de eco segregadas (el hecho
de que vivamos en nuestros guetos culturales y seamos sordos a otras voces).
La Iglesia no es ajena a este fenómeno. Como constata Francisco, “la cultura
mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada
desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto” (EG 79).
Junto a la mirada de sospecha que se puede cernir hacia la Iglesia, existe
también el desafío de la confianza interna entre quienes la componen. Esta
desconfianza, que es siempre una amenaza en cualquier comunidad humana,
puede condicionar profundamente la vida de la Iglesia, en particular durante
algunos períodos marcados por los conflictos internos, las crisis externas,
la presión del entorno, y otros. Un ejemplo muy cercano lo hallamos en la
crisis de abusos sexuales que agita la Iglesia desde inicios del siglo XXI.
Las medidas impuestas para evitar que ocurran de nuevo han tenido también
efectos internos, porque la crisis ejerce una fuerte presión e impone un clima
tenso. Esta desconfianza mutua acaba desgastando la comunión y apagando el
entusiasmo evangelizador. Algunos datos ilustran este fenómeno: por ejemplo,
en 2022, un 76% de los sacerdotes estadounidenses no confiaban en los obispos
(aunque un 49% confiaba al menos en su obispo)12.
Una sinodalidad basada en la comunión, la participación y la misión no se
sostiene en un contexto de desconfianza. Por un lado, la misión requiere que la
11 Rachel Botsman, Who can you trust? How technology brought us together and why it might drive us apart
(New York: PublicAffairs, 2017), Kindle pos. 701.
12 Stephen White et al, Well-being, trust, and policy in a time of crisis. Highlights from the national
dtudy of Catholic priests (The Catholic University of America, Octubre 2022), chrome-extension://
efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://catholicproject.catholic.edu/wp-content/uploads/2022/10/
Catholic-Project-Final.pdf.
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Iglesia y sus miembros sean creíbles para poder dar testimonio, no obstante sus
imperfecciones, que siempre existirán. Por otro, la comunión y la participación
exigen una mayor confianza de los pastores hacia los fieles laicos y de estos
hacia los pastores, porque “ninguna realidad puede subsistir sin la otra”13. Los
primeros tienen que confirmar que creen verdaderamente que “cada uno de los
bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción
de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema
de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del
pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones” (EG 120); los fieles laicos,
por su parte, “están llamados a acoger con espíritu de docilidad y confianza
las enseñanzas y orientaciones del Magisterio legítimo de sus pastores” (ChL
63)14. Por eso siempre será necesario trabajar para promover una confianza
mutua entre los diversos dones presentes en la Iglesia, como ilustran estas
palabras: “El sensus fidei impide una rígida separación entre Ecclesia docens
y Ecclesia discens, ya que también el rebaño tiene su ‘olfato’ para encontrar
nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia”15. Con todo, esta necesidad
se hace mayor cuando se propone un impulso evangelizador que requerirá el
empeño de todos.
3. Nuevas dinámicas para la confianza
¿Cómo inspirar de nuevo esa confianza entre quienes componen el cuerpo
de Cristo, y entre ellos y quien espera, quizá sin saberlo, el Anuncio? Tomás
de Aquino decía que la confianza es una modalidad de la virtud de la esperanza
que se sustenta en la fortaleza y requiere de la magnanimidad. Para él, se trata
de “la esperanza fortalecida por una firme convicción”16. Por tanto, desde una
perspectiva de fe, para ser capaces de confiar en Dios, en la Iglesia, en sus
pastores, en los fieles, o incluso en uno mismo, es necesario solicitar esa virtud
sobrenatural que proviene de Dios17 (CEC 1817). Pero, al mismo tiempo,
13 Francisco, Episcopalis Communio: Constitución apostólica sobre el Sínodo de los Obispos (Ciudad del
Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2018), 10.
14 Juan Pablo II, “Exhortación apostólica postsinodal Christifideles Laici sobre la vocación y misión de los laicos
en la Iglesia y en el mundo” (Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1988).
15 Francisco, “Discurso 50º aniv. de la institución del Sínodo de Obispos, 17 octubre 2015”.
16 “Est enim fiducia spes roborata ex aliqua firme opinione”. Tomás de Aquino, Summa Theologica. IIa, IIae.
q. 129, art. 6, ad 3.
17 Catecismo de la Iglesia Católica (Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1997).
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también es necesario cultivar las condiciones para ser merecedores de la
confianza de los demás. Nos centraremos en el segundo aspecto para aplicarlo
a una Iglesia misionera. ¿Cómo merecer la confianza en el momento actual?
La primera propuesta relevante sobre los ingredientes de la afabilidad la hizo
Aristóteles, quien en la Retórica enumera las virtudes que debe tener el orador
para persuadir con su discurso18: el logos, el pathos y el ethos (simplificando:
el discurso, la empatía y la credibilidad moral del orador). Numerosos autores
contemporáneos han hecho otras propuestas similares, aunque todas remiten
de alguna manera a las reflexiones del filósofo griego. Estudiar cómo la Iglesia
puede inspirar confianza a partir de estos tres elementos exigiría un análisis
excesivamente amplio y genérico, por eso nos centraremos en un ámbito
sobre el que el sínodo reciente ha manifestado un particular interés: el mundo
digital19.
Como hemos dicho, en el momento actual la confianza vertical (hacia las
élites, los expertos o, en el caso de la Iglesia, la jerarquía) no atraviesa su
mejor momento20. Sin embargo, recordemos que no es posible prescindir de
la confianza en ningún modo, por eso cuando esta encuentra dificultades para
circular de una manera, encuentra otras alternativas. “¿Y si la confianza, como
la energía, no pudiera destruirse, sino que solo pudiera cambiar de forma?”21,
se pregunta Botsman. Para esta autora, gracias a la revolución digital, se está
difundiendo la “confianza distribuida”, una propuesta de relación esperanzada
que viaja en sentido horizontal, hacia nuestros semejantes, hacia las personas con
las que compartimos las mismas expectativas y riesgos. Y eso está ocurriendo
gracias a internet, donde cada individuo está conectado con innumerables otros
individuos, a los que confiar sus propias preguntas o realizar sus propuestas.
La confianza distribuida funciona gracias a los “criterios de fiabilidad” propios
que existen en el contexto virtual22.
18 Aristóteles, Retórica, Libro 1, Cap. II, 1356°.
19 XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. “Una Iglesia sinodal en misión. Informe de
síntesis”, 2023, 17.
20 Thomas Nicols, The death of expertise: the campaign against established knowledge and why it matters
(Oxford University Press, 2017).
21 Botsman, Who can you trust?, Kindle pos. 180.
22 Por ejemplo, compramos en Amazon, buscamos alojamiento en AirBNB o seleccionamos un restaurante
en Tripadvisor porque nos fiamos de la opinión de muchos o “sabiduría de las masas”, y porque los
usuarios confían ciegamente en los algoritmos que ordenan y filtran la información. Más información: James
Surowiecki, The wisdom of crowds (Knopf Doubleday, New York, 2005).
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Confianza distribuida, sinodalidad y misión digital196
La revolución digital ha devuelto la voz a las personas, ha humanizado
la comunicación pública. Cada vez más damos credibilidad a quien ofrece su
testimonio, y cada vez menos escuchamos las voces colectivas o institucionales.
Hoy en día, la confianza y la influencia se dirigen más hacia “las personas”
–familiares, amigos, compañeros de clase, colegas, incluso extraños– que
hacia las élites jerárquicas, los expertos y las autoridades. Es una época en
la que los individuos importan más que las instituciones (...). La confianza
en las instituciones, un acto de fe en una élite que opera a puerta cerrada, no
es apropiada para la era digital23.
Estamos al comienzo de la tercera revolución de la confianza en la historia
de la humanidad. Cuando vivíamos dentro de las fronteras de pequeñas
comunidades en las que todos se conocían entre sí, la confianza era local. Con la
globalización, la sociedad se agrupó en comunidades cada vez más complejas,
y surgió la confianza institucional. Sin que las anteriores vayan a desaparecer,
gracias a internet está desarrollándose ahora la confianza distribuida: la
credibilidad vuelve a buscarse en aquellas personas que despiertan nuestro
interés y demuestran capacidad para responder a nuestras cuestiones. Por
eso, la cultura digital está provocando que escuchemos cada vez más no
necesariamente a quien ocupa puestos relevantes, sino a quien llega a serlo con
su testimonio, con su mensaje y, a menudo aunque no necesariamente, con la
legitimidad que otorga el apoyo de una amplia comunidad de seguidores.
Esta fuerza de la confianza horizontal puede reconocerse fácilmente entre
aquellos tesoros que quiere fomentar la sinodalidad: es decir, descubrir en el
pueblo de Dios esa sabiduría y celo que Dios ha dado a toda su Iglesia, no sólo
a los pastores:
“¡‘Todos’ no es una palabra que pueda ser malinterpretada! –ha dicho
Francisco–. El clericalismo, que como tentación –perversa– serpentea a
diario entre nosotros, nos hace pensar siempre en un Dios que le habla sólo
a algunos, mientras que los demás sólo deben escuchar y ejecutar. El Sínodo
trata de ser la experiencia de sentirnos todos miembros de un pueblo más
grande: el santo Pueblo fiel de Dios y, por tanto, discípulos que escuchan y,
23 Botsman, Who can…, Kindle pos 153.
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precisamente por esa escucha, pueden comprender también la voluntad de
Dios, que se manifiesta siempre de manera imprevisible”24.
Es esta una verdad que, basándose en la verdad de la comunión de los
santos, ya había proclamado el Concilio Vaticano II (LG 12)25.
4. La confianza distribuida y la misión digital
Como puede deducirse del punto anterior, la revolución digital está
contribuyendo a cultivar en la Iglesia una dinámica sinodal, donde todos pueden
ser sujetos activos de la evangelización. La pastoral digital tiene un importante
“valor de primer anuncio y de salida hacia los alejados, como también el
de un acompañamiento capilar. Asimismo, por las propias características
de la digitalidad se necesita el apoyo y la coordinación con las estructuras
presenciales, para poder dar respuesta, seguimiento y ‘carne’ a la vida de la
fe”26.
Sin quitar a los pastores la misión que les es propia, la confianza distribuida
ayuda a extender a todo el pueblo de Dios la conciencia misionera. El testimonio
evangelizador que se puede vehicular en internet permite desarrollar la misión
“a partir de los dones y de los roles de cada uno, sin clericalizar a los laicos
y sin secularizar a los clérigos”27. A algunos, la misión digital les llevará a
hablar directamente de Dios en el entorno online, anunciando el Evangelio
con la palabra; a otros, les animará a actuar en el espacio virtual de modo
coherente con su fe, mostrando el Evangelio de las obras, desarrollando
iniciativas digitales que contribuyan positivamente y con un espíritu cristiano
al desarrollo de la sociedad: iniciativas online de educación, investigación,
información, entretenimiento, etcétera28.
24 Francisco, Discurso a los miembros del colegio cardenalicio y de la curia romana
con motivo de las felicitaciones navideñas, 23 de diciembre de 2021.
25 Concilio Vaticano II, “Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia”, 1964.
26 Lucio Ruiz, “La formación de los seminaristas para la ‘Cultura digital’” (2025).
27 Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad..., n. 104.
28 Dicasterio para la Comunicación, Hacia una plena presencia: Reflexión pastoral sobre la interacción en las
redes sociales (Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2023), 76.
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Tras estas reflexiones, queda preguntarse: ¿de qué manera puede la
actividad online reforzar la confianza distribuida en la Iglesia? Para abordar
este punto, recuperaremos los tres pistei aristotélicos o elementos para inspirar
confianza:
- Logos: el primer instrumento para inspirar confianza es el propio
mensaje. Internet permite proponer contenidos a quien está
geográficamente y vitalmente lejano: “Es indudable su valor de
primer anuncio y de salida hacia los alejados, como también el de
un acompañamiento capilar”29. Para interceptar los interrogantes de
esos usuarios en el espacio compartido de las redes sociales, será
conveniente partir de las cuestiones que inquietan a todo hombre y
llegar progresivamente a las verdades de la fe. Como la Iglesia “crece
por atracción”30, funcionan mejor las propuestas positivas.
Además, para que ese contenido sea relevante, será necesario
utilizar la gramática que es propia a cada canal específico (que
depende de factores tan diversos como el formato, el estilo, el tono, la
periodicidad, la interacción…). En efecto, “el cómo decimos algo es
tan importante como el qué decimos”31. Por tanto, la confianza en el
ámbito digital pasa por adaptarse con profesionalidad a los lenguajes
digitales y aprender a hacer relevante y auténtico el mensaje que se
ofrece.
- Pathos: para Aristóteles, el orador tiene que empatizar con el público.
Se trata de la capacidad de leer en el prójimo aquellos estados mentales
y emocionales que reconocemos en nosotros mismos, manteniendo,
sin embargo, la alteridad. Precisamente, facilitando la interactividad
y la cercanía virtual, “estamos invitados a mirar más allá de nuestra
zona de seguridad, de nuestros compartimentos estancos y de nuestras
burbujas (...). Y todo comienza con la capacidad de escuchar bien, de
29 Ruiz, “La formación de los seminaristas...”, 7.
30 Benedicto XVI, “Homilía en la misa de inauguración de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y
del Caribe, 13 mayo 2007”.
31 Dicasterio para la Comunicación, Hacia una plena presencia, 65-66.
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dejar que la realidad del otro nos toque”32. En este punto, la escucha, la
Iglesia comparte la misma inquietud que otras muchas organizaciones
sociales, signo de que la comunicación está experimentando un fuerte
cambio de paradigma33 (aunque los motivos pueden diferir: la Iglesia
desea escuchar porque, por naturaleza, es una realidad comunitaria;
otras realidades pueden tener otros motivos, como la eficacia, el
impacto, las ventas, y otros).
Los pensadores griegos aconsejaban cultivar la eunoia
(literalmente, pensar bien de otro), es decir, una mirada benévola y sin
prejuicios hacia los demás. Compartir contenidos de otros, participar
en sus comunidades, manifestar los propios sentimientos, compartir
dificultades… permitirá dar un rostro humano a la Iglesia y creará así
un espacio compartido que permita ofrecer la propuesta cristiana en
toda su belleza.
La pastoral digital permite escuchar, curar heridas, misericordiar, creando
puentes con las realidades presenciales, yendo a buscar a los que están
lejos, dando tiempo para la escucha y la respuesta, teniendo presencia en
espacios y tiempos del todo alejados de la posibilidad de evangelización,
superando vergüenzas, temores, distancias y tantos otros impedimentos,
que de otra manera no serían posibles34.
- Ethos: es el elemento más importante, pues hace referencia a la
integridad de quien pide la confianza. Se trata de demostrar coherencia
con los valores que se proponen en la relación. Un influencer cristiano
que diluya la fe prescindiendo expresamente en su discurso de las
verdades menos populares, que no cultive su propia espiritualidad, que
critique a los pastores o a otros fieles, o que manifiestamente carezca
de algunas virtudes particularmente necesarias para hacer creíble el
testimonio (por ejemplo, la humildad, la caridad o la pobreza) no
logrará inspirar confianza en su audiencia.
32 Dicasterio para la Comunicación, Hacia una plena presencia, 29.
33 Jim MacNamara, Organizational listening II: Expanding the concept, theory, and practice (New York: Peter
Lang, 2021).
34 Ruiz, “La formación de los seminaristas…”, 7.
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Al comunicador cristiano no le puede ocurrir lo mismo que al
destinatario de una carta del filósofo Friedrich Nietzsche, quien
reprochaba lo siguiente: “No me molesta que me hayas mentido, me
molesta que a partir de ahora no pueda creerte”35. Un comportamiento
incoherente o insincero destruye la confianza. El Kerygma cristiano
puede ser más o menos compartido entre el misionero digital y quien
lo escucha, pero para que el testimonio tenga credibilidad debe ser
radicalmente encarnado en quien lo anuncia, aunque no se muestre
expresamente.
Conclusión
En estas páginas hemos hablado sobre la importancia de la confianza
en cuanto bien relacional, necesario para la comunión, la participación y la
misión. También hemos visto cómo está circulando de modos prometedores
en el entorno digital. Con todo, como recuerda Francisco, la confianza sobre
la que se fundamenta todo es la que cada persona debe tener hacia su propia
llamada divina: “Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía
plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la
mitad de la batalla y entierra sus talentos” (EG 85).
Los misioneros digitales pueden llegar a ser el rostro amable de Cristo
que muchas personas no logran ver en la Iglesia institucional. Para ello, deben
cultivar una profunda vida de fe dentro y fuera del entorno virtual (por ejemplo,
en contacto con los sacramentos), comunicar con profesionalidad y sentido de
misión, y conectar con todos movidos por la caridad. Se trata, en definitiva, de
ser discípulos que remiten a Cristo: discípulos creyentes, creíbles y queribles.
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Aphorism 183.
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Juan Narbona es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra (España).
Tiene PhD en Comunicación Institucional. Es profesor asociado de “Comunicación
Digital, Industria y mercados de la comunicación y Storytelling de valores” en la
Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Italia). Es miembro del editorial board de la
revista académica Church, Communication & Culture. Es autor de los libros: Inspiring
Trust, Comunicare la fede; e Industria e Mercati della comunicazione.
Email: j.narbona@pusc.it; ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8563-0655.