yachay Año 41, nº 80, 2024, p. 175-186

Rodrigo Montes Rondón 175

YACHAY ADHIERE A UNA LICENCIA CREATIVE COMMONS
ATTRIBUTION-NONCOMMERCIAL 4.0

INTERNATIONAL – (CC BY-NC 4.0) BY NC
cc

Miscelánea
DOI: https://doi.org/ 10.35319/yachay.202480153

Bolivia, filosofía y posibilidades…
Rodrigo Montes Rondón1

Resumen
¿Por qué y qué filosofar? Desde el contexto boliviano y en el marco del
bicentenario de independencia de Bolivia es una labor de relevancia,
especialmente por las disonancias comunicacionales y de interés que poseen
las generaciones actuales respecto de las anteriores, cuyos centros de atención
estaban alrededor de temas políticos y ahora se centran en la relación y cuidado
de la madre tierra, la estética y la ética, pero en códigos lingüísticos diferentes,
o tal vez no.
Palabras clave
Antropología – contexto – estética – ética – filosofar – lenguaje
Abstract
Why philosophise, and about what? From the Bolivian context and within the
framework of the bicentennial of Independence, it is a relevant task, especially
due to the dissonances around communication and interests of current
generations in comparison to previous ones, whose centres of attention were
around political issues and now focus on the relationship and care of Mother
Earth, aesthetics and ethics, but in different linguistic codes, or perhaps not.
1 Universidad Católica Boliviana.

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Key words
Anthropology – context – aesthetic – ethics – philosophise - language

“Papá, ¿qué haces?”, me preguntaba una mañana de sábado mi
pequeña hija y yo, con cara de erudito, le respondí que filosofaba.
“¿Y qué es eso?”, fue su inmediata pregunta, ante la que, nuevamente
respondí con una definición… es el arte de pensar bonito. “¿Y
para qué queremos pensar bonito?”, lanzó rápidamente su nueva
pregunta. Para poder avanzar, para tratar de responder a esas
preguntas que me haces y otras que surgen en nuestra vida. “Ah,
entonces, filosofar es responder”, me dijo, se fue a seguir jugando,
y no supe qué más decirle. Luego, recordando a Fernando Savater
y su Ética para Amador, pensé en escribir algo para explicarle un
poco más, pero abandoné rápidamente la idea, pues con alegría y
no sin preocupación, aún me pregunto, realmente ¿qué es filosofar?,
¿sirve de algo?
2.

Hacernos la pregunta acerca de ¿por qué y qué filosofar?, en el
contexto boliviano rumbo a su bicentenario de existencia, parece no
solo necesario, sino urgente, pues tiene que ver no solo con lo que
pensamos o cómo nos miramos, sino también cómo estamos en este
lugar concreto: ¿lo sentimos nuestro?, ¿nuestra relación con el espacio/
entorno/madre tierra es el más adecuado?, ¿nos miramos de frente?, ¿o
aún nos miramos unos hacia arriba y otros hacia abajo? Preguntas que
no tienen una respuesta única y que, además de dialogar con lo dado
desde la filosofía clásica, necesitamos complementar con las miradas
culturales de nuestro país.

El contexto, nuestro contexto (valga la redundancia), nos abre a
muchas miradas y posibilidades de generar no pensamientos únicos, sino
2 “Charlas con Samantha”, microrrelato de autoría propia.

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relaciones diversas, desde la perspectiva que generamos culturalmente
con el mismo y las propias urgencias mundiales por el cuidado de la
Casa Común. Pero, no queda solo en esto, sino que nos invita a tomar
postura respecto a nuestra acción, ¿o será que simplemente nos vamos
haciendo indolentes ante ello?, ¿será que la hiper-información a la
que estamos sometidos hace que anulemos las capacidades de acción,
sentido y compromiso?

En este estado de cosas, las preguntas de ¿por qué y qué filosofar?
cobran mayor relevancia, porque lo que denominamos filosofía boliviana
parece que siempre ha tenido un centro de atención en la esfera de lo
político partidario y no en otros espacios, como el tema de la estética del
arte boliviano, la ética general y no solo lo que decimos que debería ser
la ética profesional, la crítica educativa, así como, aunque no lo creamos,
en qué ocupamos el pensamiento en general los bolivianos.

Ahora bien, por lo dicho, ¿será que la filosofía debe ser boliviana?,
como si de un pensamiento único y diferente se tratase o, más bien
¿desde lo boliviano?, pues, como decíamos, nuestra mirada y experiencia
del contexto es lo que aporta su riqueza al modo de expresar nuestro
pensamiento. Así, el pensar las cosas desde los diversos contextos y
posibilidades de nuestro país, sin lugar a dudas aporta con una riqueza
bastante interesante y que necesita explorarse más.

De igual forma, y aunque lo que decíamos antes es importante, parece
que necesitamos ponernos de acuerdo en dos cuestiones previas, que
esperamos ya hayan surgido también en la mente de nuestros queridos
lectores. La primera de ellas es el lenguaje. Seguramente quienes lean
estas líneas podrán asumir lo que expresamos de la misma manera en
la que lo hacemos al proponerlas, pero, ¿las generaciones jóvenes?,
¿será que decodifican lo mismo?, ¿será que, siquiera, leerán esto?, y,
si esta propuesta llega a otros países, ¿podrán decodificar de la misma

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manera? Pues es innegable que los modismos lingüísticos y el modo
de relacionarse entre sí y con el entorno, son elementos importantes a
tomar en cuenta.

Evidentemente los códigos lingüísticos han ido mutando y
hay palabras, relaciones y significados que se han ido diluyendo o
desapareciendo para las generaciones actuales, así como los modos
expresivos al interior mismo de Bolivia son diversos. Sumado a lo
anterior, los intereses de los niños, adolescentes y jóvenes se mueven en
esferas que no guardan relación con los de generaciones que pasan los
40 años de edad. ¿O, tal vez, sí y se siguen preguntando por los primeros
principios y las últimas causas?, a su estilo, en sus grupos, con sus formas
lingüísticas. Preguntas que parece que solo se multiplican en lugar de
responderse y, ¿no es eso filosofar?, ¿estos giros y reformulaciones del
pensamiento no son poner en una esfera distinta a la clásica lo mismo?,
¿es el lenguaje escrito el único modo de expresarse?, o más bien solo
estamos encadenados a Wittgenstein y su Tractatus.

Lo más interesante de esto que vamos expresando es que, aunque
pareciera que para las generaciones actuales la imagen es un poderoso
aliado y transmisor de ideas, nosotros también podemos sumarnos
pues, por el uso cada vez mayor de teléfonos inteligentes, hemos ido
asumiendo actitudes y acciones iguales o más allá. Así, la imagen, más
que el lenguaje escrito en sí mismo, se ha convertido en una forma
comunicativa ampliamente usada, apuntalado además por el famoso
eslogan marketero y de algunos investigadores que se expresan con
la frase “menos es más”, el cual se ha introducido bastante en nuestra
psique, tal vez sin darnos cuenta o fortaleciendo nuestra inercia.

Aplicaciones como TikTok o los videos Kwai han gestionado parte
de ese cambio, y, si alguna vez de manera casual nos animamos a ver los
programas de televisión (para el selecto público que aún ve televisión)

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de corte juvenil, los códigos del lenguaje se mueven en esferas distintas,
apropiándose de aquello que viene en los programas enlatados de la
música y los servicios de streaming. Naturalmente, ello es bastante
reduccionista, pues cuando surgió la televisión y se fue extendiendo en
los hogares, también se le atribuyó el que “atontaba” a las generaciones
menores; entonces, ¿seremos los que hemos ido trasmitiendo esos
cambios comunicativos?

Por otro lado, aunque la oralidad está presente y ha sido la forma
comunicacional de la mayoría de quienes integran este país, la misma se
va limitando por el uso que hace el reggaetón del lenguaje, haciendo que
el léxico se reduzca a palabras repetidas, mal pronunciadas o en las que
se involucra aquello que denominamos vulgaridades, circunscribiendo
su mensaje a un contexto sexualizado. Críticas que igualmente podemos
extrapolar a otros géneros musicales anteriores y que fueron igualmente
criticados, o que, con sus bemoles, también están presentes en lo que
llamamos música folklórica. Entonces, ¿será que solo reproducimos
posturas e ideas con lo que se critica de moda?

Conviene decir que, en lo que llamamos subculturas urbanas que
no se apegan al reggaetón, por la misma influencia de los programas
enlatados, se crea un código lingüístico propio del grupo, lo que hace
que sus modos no sean fácilmente manejables y, pese a que ello siempre
ha estado presente, ¿será que no va mutando a una posible unificación?,
o los estilos quieren seguir generando separación.

No obstante, debemos ser claros en que, aunque lo expresado hace
parecer que la filosofía se dedica a un revisionismo comparativo entre
el presente y el pasado, debemos olvidarnos de ello, pues solo se trata
de establecer una constatación sobre el hecho que muchas cosas son
reiterativas en el quehacer humano; por lo tanto, esa sensación de
repetición que ya explicitábamos se hace más patente. Naturalmente, ni

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nos queremos quedar ahí ni consideramos que la labor filosófica deba
caer en ese reduccionismo, pero, tal vez, nos ayuda a comprender que
los temas que hacen a la filosofía, además del contexto, son los mismos
que nos preocupan desde la época de las cavernas.

Establecida esta advertencia, es importante observar que las
reducciones lingüísticas presentadas repercuten en que nuestra atención,
segunda cuestión previa que debemos atender, se vaya limitando, y
todo lo que se basa en discursos de relativa o gran extensión se tornan
pesados, no los comprendamos o los obviemos, como ocurre muchas
veces con las clases en el sistema escolar y universitario o en espacios
de divulgación científica, y por ello vamos cayendo en el imperio de la
doxa, creyendo lo que nos dicen las redes sociales. Entonces, si bien
filosofamos desde un contexto que nos determina, como el boliviano
en este caso, la globalización nos va mostrando que las tendencias
mundiales son las mismas o, al menos, parecidas.

Esta disminución en la atención y la comprensión lectora hace que
textos de corta, mediana o larga extensión, posiblemente, nos sean poco
comprensibles si es que nuestro léxico es escaso o no hemos adquirido
todas las competencias necesarias que nos permiten inferencias para usar
el contexto para determinar el sentido del texto, elementos que no solo
se limitan por la preeminencia de la imagen, sino por el uso excesivo
de los dispositivos electrónicos y los reduccionismos dados en las redes
sociales, como ya hemos explicado.

Parece que estos elementos previos generan más complicación y
preguntas que luces y respuestas. Nos traen de nuevo la pregunta de
¿por qué filosofar?, ¿será que la filosofía debe subsanar problemas
de la pedagogía y la didáctica?, ¿será que debemos atender todas las
disciplinas filosóficas?, ¿debemos retornar a ser la madre de todas
las ciencias?, ¿cómo enfocar esto desde lo boliviano? Intentemos dar

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algunas respuestas viables a estas cuestionantes y otras que han brotado
y, seguramente, seguirán surgiendo a partir de la gentil lectura que vayan
realizando.

Partamos de la idea que necesitamos filosofar, desde la perspectiva
que proponemos, por el simple ejercicio de pensar, como acto de libertad,
de creatividad, de belleza y de posibilidad. Este ejercicio parece urgente
en el contexto del bicentenario nacional y de cambio de época mundial,
ya que se nos ofrece como posibilidad para formular un modelo societal
que se proyecte a un futuro que se nos ha ido anunciando hace mucho,
pero no le hemos prestado atención, así como una respuesta contestataria
a los modelos hegemónicos en los que se nos pretende enganchar… tal
vez al estilo de Quino y su Mafalda, para quienes respondemos a una
determinada generación, u otros que, leyendo su contexto, no quisieron
rendirse a la inercia de dejar que otros decidan por ellos, como un Žižek
o un Bauman, aunque podemos preguntarnos: ¿será que siempre salimos
de la caja?, o creemos ilusoriamente en ello.

Lo anterior se irá materializando en la medida que fomentemos el
pensamiento complejo, propuesto por Edgar Morin, contextualizando
que la interacción entre los diversos sistemas existentes desarrolla
unas relaciones que se tejen respondiendo a una mirada que pone
acento en lo propio (intracultural), y quiere dialogar con otros diversos
(intercultural), sabiendo que existen limitaciones, pues siempre miramos
y aprehendemos las cosas desde nuestro contexto y momento. En este
punto cabe la pregunta: ¿y no hay pensadores nacionales que nos
expresen lo mismo? Pues, por los ejemplos que hemos utilizado, caemos
en lo que cuestionábamos respecto a seguir solo la línea de pensamiento
occidental y sus autores.

Responder tal pregunta nos vuelve a lanzar a la que nos ocupa
inicialmente, solo que poniendo el tinte de valorar nuestra producción.

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¿Será que las películas del grupo Ukamau no nos proponían y proponen
entrar en esto complejo de nuestra vivencia?, ¿o las obras de Jaime
Saénz no nos dicen algo? Y, moviéndonos en algo más actual, el estilo
arquitectónico/estético/relacional de los cholets de la ciudad de El Alto, o
las urbanizaciones en el oriente boliviano, o la construcción y revoques con
tierra ¿no tienen algo que decirnos de nuestras maneras de relacionarnos y
expresarnos?, en el sentido de apropiación y empoderamiento. Cuestiones
que nos lanzan a otros elementos, pero que parecen solo reducidas a un
círculo academicista y no a algo generalizado.

Y, si bien las ciudadanías digitales, que bien gestionadas parecen
buenas, nos lanzan a ser parte de una creación diversa de quién somos
individual y colectivamente, permiten que profundicemos, desde una
antropología filosófica, nuestro sentido de ser y crear. Así, tal vez y por
fin, podríamos consolidar o empezar a esbozar con mayor claridad una
identidad propia de quién y qué es el boliviano, comprendiendo que
también nos enfrentamos al relativismo de que el ser humano, pese a su
enraizamiento en el contexto, es cada vez más plástico, cuestionando
ello mucho el qué es, más que el quién es.

Así, el comprendernos necesita que nos interpretemos y expresemos,
pero, ¿cómo hacerlo si tenemos problemas lingüísticos y semánticos?,
¿problemas identitarios y de asunción de quiénes somos? Nuevamente,
filosofar nos puede ayudar en esa construcción de un espacio común de
encuentro, en el que diseñemos no solo la sociedad que queremos, sino
que acordemos cómo expresarnos y que todos vayamos comprendiendo
lo mismo. El poder creador proveniente de la epistemología permitiría
que, sin caer en la arrogancia, podamos profundizar no solo en la ciencia
sino en ese pensamiento que decíamos antes, entendiendo lo complejo
como oportunidad y no limitante, como posibilidad resiliente ante una
realidad impactante y necesitada de respuestas multívocas, ante las
cuales debemos ejercitar la hermenéutica y la empatía.

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Entonces, ¿estamos proponiendo que filosofar es solo preguntarnos
por el quién y el qué? O, necesitamos darnos cuenta que el objeto de
la filosofía es el pensamiento en sí mismo. Esa mirada, que puede
sonarnos reduccionista, parece que necesita complementarse con el
hecho que cada pensamiento se transforma en una acción que construye,
consolida, cuestiona y/o cambia ese quién y qué somos, para adaptarnos
al contexto, comprenderlo y vivirlo. Puede ser que el enfoque holístico,
que se va proponiendo desde hace algunos años atrás, nos permita
comprendernos como seres en relación y no simplemente en posición de
superioridad. Ahora bien, ¿será posible estar constantemente revisando
dicha adecuación y hacerse cargo del contexto?

Parece ser que una posible respuesta a la pregunta anterior puede
ser respondida con un sí, pues no podemos olvidar que la persona, como
individuo y colectivo, no se encuentra en un estadio estanco, sino de
permanente cambio y una realidad que le exige respuestas para que se
defina claramente. Así, ¿podemos, nuevamente, definir quién y qué es
el boliviano? O solo eran preguntas que se hicieron en las guerras del
Pacífico y del Chaco. Naturalmente, lo dicho también nos puede hacer
pensar en que todo sería relativo y momentáneo, pero, ¿cómo gestionar
una estructura que sea sólida pero no pétrea?

Más preguntas que fortalecen, aunque no parezca, la importancia
de filosofar desde lo boliviano, pues será lo que nos ayude en estas
construcciones, en estos cuestionamientos y adecuaciones o cambios
por completo de horizonte. Entonces, ¿será que ello nos da miedo, nos
aterra y paraliza?, o más bien nos lanza a creer en que es lo mágico
creador que abre a posibilidades.

Interesantemente, lo que hemos ido proponiendo ahora hace surgir
las preguntas sobre ¿cómo transmitirlo a los demás y a las siguientes
generaciones? ¿y lo que transmitimos es adecuado al contexto y desde

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el mismo? Una posible respuesta es que, a través de la educación, tanto
en las familias como en los centros de formación (escuelas, institutos y
universidades, así como los espacios sociales), podemos ir gestionando
que cuestionen si lo propuesto por las generaciones anteriores, y el
mundo en general, responde a sus necesidades y contexto, o se debe
hacer readecuaciones. Respuesta que, si la releemos, puede hacernos
sentir que ha habido mucho discurso antes para algo que surge de lo
evidente, ¿o no?, pues lo que consideramos evidente o del sentido
común, no es tan sencillo como aparece.

En este entendido, no es tan evidente que el arte de filosofar
seguirá coadyuvando, cuestionando, permitiendo y recordándonos
que necesitamos ser libres, elemento que no siempre se consigue con
la educación, pues parece que nos convertimos en repetidores de la
información o la buscamos en internet, pero no la sabemos usar en su
pleno potencial y nos dejamos llevar por cualquier doxa. Tal vez Orwell
y su 1984 es una ilustración vívida de lo que pretendemos decir, pero
también la respuesta a ¿por qué filosofar?, misma que puede formularse
como: por ser libres, como ya establecimos antes.

Lo expresado en el párrafo anterior nos tendría que hacer pensar en
¿cómo nos caracterizamos?, ¿será que debemos hacer una hermenéutica
no solo de los textos que se producen, sino de las personas, sus vivencias
y expresiones? Pues, parece que, por cultura propia, solemos convivir
en esferas diversas, mostrando algunas cosas al mundo y camuflando
otras, tal vez muy kantianamente, pero ¿será ello lo único? O, por la
virtualidad, nos vamos haciendo más amorfos y no delimitados.

Es claro que pensar, para proponer acciones, es necesario, siendo
conscientes que, si decidimos filosofar como si no, hay consecuencias
respecto a ello, sobre ello hay que tratar de reflexionar para tomar la
decisión buena, no la mejor, ya que lo mejor es enemigo de aquello que

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nos permite crecer, pues nos lleva a la ilusión de que no podemos llegar a
más. Y, como seres humanos, parece que no podemos caer en ello, ¿o sí?

Con todo lo dicho, volvemos a preguntarnos ¿filosofar es necesario
para los bolivianos? Para la propuesta que venimos haciendo, la
respuesta es un rotundo SÍ. Así, en mayúsculas, pero desde la decisión
de que ello nos lleve a la acción comprometida y sentida, pues pensar
por solo hacerlo no es ni arte, y es fútil. Filosofar, tal vez, es una de
las acciones que deberíamos promover, no solo en ciertas esferas sino
en todo espacio posible y, qué mejor escenario que en el bicentenario
nacional, pues, estamos ante una posibilidad única ya que, aunque
hemos puesto muchas cuestionantes y peros, no podemos negar que esa
apatía que muestran las actuales generaciones, solo son una máscara
ante su necesidad de construir sentido.

De igual manera, filosofar desde la época de Sócrates hasta ahora
siempre ha llevado a la acción, a la propuesta de cambio y mejora, como
hemos explicitado, y son elementos que consideramos que se necesitan
en el contexto boliviano, de manera que no se trate de discursos
pasionales, mesiánicos o simplemente vacíos, sino de ir fortaleciendo
opciones y posibilidades que nos proyecten como país.

No obstante, y para ir cerrando (o tal vez abriendo aún más) esta
propuesta, cabe hacernos una nueva pregunta: ¿será que queremos
filosofar? Ustedes, gentiles lectores, tienen la respuesta a ello y, esperamos
que este documento les ayude a iniciar el camino. Confiamos en que sea
lo que se considere bueno para nuestra hermosa Bolivia, recordándonos
que nuestro arte (música, artes plásticas, cine, entre otros) son una forma
de expresar nuestras ideas, necesitadas de interpretación, actualización
y hermenéutica, así como las subculturas que habitan entre nosotros,
algunas de las cuales simplemente ni conocemos, pero sería interesante
hacerlo.

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Rodrigo Álvaro Montes Rondón es Licenciado en Filosofía y Letras por la
Universidad Católica Boliviana y Magíster en Acompañamiento Pedagógico en
Centros Escolares, por la Universidad Mayor de San Simón. Tiene Diplomados
en Desarrollo de Empresas Familiares, Educación Superior e Interculturalidad,
Formación de Educadores Populares, y Medio Ambiente, Seguridad y Salud
Ocupacional para la educación en el Área Industrial. Es docente en las carreras
de Teología Pastoral y de Psicopedagogía de la Universidad Católica Boliviana.
Es director del Colegio Marista, Santa Cruz.
E-mail: rodrigo.montes@ucb.edu.bo; ORCID: https://orcid.org/0009-0000-
5355-9199.