yachay Año 40, nº 78, 2023, p. 143-163
Hans van den Berg 143
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DOI: https://doi.org/10.35319/yachay.20227760
Diálogos sobre amistad
Hans van den Berg1
Introducción
Si alguien me preguntaría qué es lo que más he
buscado y encontrado durante la larga presencia
en la Universidad Católica Boliviana “San
Pablo”, no dudaría en contestar: Amistad en la
comunidad universitaria. Por eso, cuando me
dieron la noticia que se había decidido otorgarme
el título de Doctor honoris causa y supe que
tenía que preparar una lección magistral, pensé espontáneamente tomar
como tema la amistad. Y para esto me pareció deber abordar este tema
a base de los diálogos de tres autores que desde hace mucho tiempo me
han impresionado e inspirado, a saber, Marco Tulio Cicerón (106 - 43 a.
C.), Aurelio Agustín (354-430) y Elredo de Rieval (1110-1167).
1 Es religioso y sacerdote católico, nació en Haarlem (Reino de los Países Bajos) en 1937,
e ingreso a la Orden de San Agustín 1957. Cursó estudios en Lovaina, Nimega, Utrecht
y Münster en Teología, Historia de las Religiones, Lenguas Orientales, Fenomenología
de la Religión respectivamente. Llegó como misionero a Bolivia en 1969. Fue Director del
Centro de Formación Católica Emaús en Chulumani sud Yungas, Director del departamento
de Teología en ISET Cochabamba, Rector Nacional de la Universidad Católica Boliviana,
investigador y docente. Tiene además de diversos libros, varios artículos en publicaciones
tanto en Bolivia como en el exterior. Algunas de sus obras son: Diccionario Religioso Aymara,
1985; La tierra no da así no más: los ritos agrícolas en la religión de los aymara-cristianos
(tesis doctoral), 1989; Bernardino Pesciotti, OFM (1870-1920): misionero y periodista, 2001;
Agustín de Hipona, siervo de Dios, sacerdote, obispo, 2003; En busca de una senda
segura, la comunicación terrestre y fluvial entre Cochabamba y Mojos (1765-1825), 2008;
Clero Cruceño Misionero entre Yuracarees y Guarayos, (2009); Con los yuracarees (Bolivia):
crónicas misionales (1765-1825), 2010; Historia del Célebre Santuario de Nuestra Señora de
Copacabana y sus Milagros, e invención de la Cruz de Carabuco (Ed. Hans van den Berg y
Andrés Eichmann), 2015; Alipio de Tagaste, historia y ficción, 2018; entre muchas otras.
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Desde su juventud Marco Tulio Cicerón forjaba y cultivaba
amistad con Tito Pomponio Ático (109-32 a. C.). Aunque sus
carreras profesionales tomaron rumbos muy distintos, haciéndose
Cicerón abogado, político, filósofo y escritor, y desarrollándose
Ático como historiador y editor, su amistad fue inquebrantable y
profundo. A lo largo de su vida materna mantenían un constante
diálogo, principalmente por correspondencia2. Hacia finales de su
vida Cicerón escribió a solicitud de Ático un pequeño libro sobre la
amistad, en el cual proyecta su experiencia y pensamiento acerca
de su relación amistosa con Ático en dos amigos famosos de los
siglos tercero y segundo a. C., los políticos y generales romanos
Cayo Lelio (235 a. C. – 160 a.C.) y Escipión el Africano (236 a.
C. – 183 a. C.). Después de la muerte de Escipión, los dos yernos
de Lelio, Fanio y Escévola, visitaron a su suegro para darle sus
pésames y consolarlo en su tristeza por la pérdida de su amigo. La
conversación entre ellos se convirtió en un amplio diálogo sobre la
amistad, en el que Lelio juega el papel más importante.
Desde su juventud y a lo largo de la vida de Aurelio Agustín,
la amistad fue una necesidad y una realidad existencial. Entre los
muchos amigos que tuve se destaca sin duda Alipio de Tagaste,
“el hermano de mi corazón”. El desarrollo de la relación amistosa
entre Agustín y Alipio se puede seguir en las Confesiones,
consideradas como un diálogo entre Agustín y Dios, y en los
diálogos de Casiciaco, una finca en las afueras de Milán, a donde
se retiraron después de la experiencia de conversión que tuvieron
en la huerta de su casa en Milán.
Elredo nació en 1110 en Hexham, condado de Yorkshire en el
noreste de Inglaterra. A sus 14 años entró como paje en la corte del
rey David de Escocia (1084- 1153). En un viaje que hizo en 1134 por
2 Se han conservado 296 cartas de Cicerón a Ático, pero curiosamente ninguna de Ático a Cicerón.
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encargo de ese rey, visitó el monasterio de monjes cistercienses
en el valle del río Rie. Le impresionó la vida de esos religiosos
y decidió hacerse monje en aquel claustro. Fue abad de Rieval
de 1147 hasta su muerte en 1167. Como monje y abad cultivaba
constantemente lo que llamaba la amistad espiritual, y escribió
un libro sobre este tema a base de diálogos que mantuvo con
algunos monjes jóvenes. El primer diálogo tuvo Elredo en 1143
con un cisterciense llamado Ivo en Wardon, un filial de Rieval en el
condado de Bedfordshire, sudeste de Inglaterra. Un segundo diálogo,
realizado en dos días consecutivos entre Elredo y los monjes Walter
y Graciano, tuvo lugar en Rieval en 1160.
1. Marco Tulio Cicerón
El diálogo de Lelio y sus yernos Fanio y Escévola empieza con
un extenso testimonio que da el primero sobre la vida y los méritos de
su amigo Escipión, y sobre la relación de amistad que él y Escipión
habían cultivado a lo largo de su vida3. Después Fanio le pide a Lelio
que “nos des tus criterios acerca de la amistad, diciéndonos qué
piensas de ella, cómo la entiendes y qué consejos nos das al respecto”.
En una primera instancia Lelio se disculpa, diciendo que para recibir
información cabal acerca de este tema “deben dirigirse a quienes son
profesionales en este tipo de conferencias”4. Y añade: “Lo más que yo
puedo hacer es aconsejarles que prefieran la amistad a todo lo demás
que ofrece la vida, puesto que, fuera de ella nada hay tan conforme a
la naturaleza, ni tan conveniente tanto en las situaciones favorables
como en las adversidades”5. Ya que sus yernos insisten en que él les
hable de la amistad, lo acepta y da una primera breve exposición,
que inicia diciendo: “En este tema, lo primero que pienso es que
3 Cf. Marco Tulio Cicerón, La amistad III, 10 – IV, 15, (La Paz: Librería Editorial “G.U.M”, 2008), 81-95.
4 Cicerón, La amistad, IV, 16, 97.
5 Cicerón, La amistad, IV,17, 99.
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la amistad solo puede existir entre personas buenas”6. Con cierto
pesimismo observa Lelio que una amistad sólida y duradera sólo
se encuentra en pocas personas: “Cuán grande sea la fuerza de la
amistad se puede deducir del hecho de que en la infinita sociedad
del género humano, formada por la naturaleza misma, la amistad
se va reduciendo y restringiendo de tal manera que el amor une
solo a dos o a muy pocas personas”7. Luego presenta Lelio una
definición de amistad, la misma que se ha hecho clásica, como
veremos más adelante: “La amistad en sí no es otra cosa que un
total acuerdo, unido a una amor y afecto recíprocos, respecto de
todo lo divino y lo humano”8. Y añade a esto: “No sé si, exceptuada
la sabiduría, los dioses inmortales hayan dado a los hombres algo
mejor que la amistad”9. Señala también varias ventajas de la amistad,
las mismas que en la historia fueron citadas por muchos autores.
¿Cómo puede haber una “vida vivible”, si no se cuenta con el
cariño mutuo de la amistad?
¿Qué hay más dulce que tener alguien con quien uno se atreva
a hablar de todo como si fuera consigo mismo?
¿Podría uno sentirse muy contento con la prosperidad de los
negocios sin tener alguien que se alegre con ellos a la par que
uno mismo?
Sería muy difícil el sobrellevar las adversidades sin tener alguien
que las sienta incluso más que el que pasa por ellas10.
6 Cicerón, La amistad, V, 18, 99. Más adelante explicita que personas buenas son las que “se
comportan y viven dando pruebas de su sinceridad, de su honradez, de su sentido de justicia,
de su generosidad, y de que no hay en ellos codicia alguna ni pasiones viles ni arrogancia y
de que son consecuentes con sus principios” (Cicerón, La amistad, V, 19, 101).
7 Cicerón, La amistad, V, 20, 103.
8 Cicerón, La amistad, VI, 20, 103-105. Ya que la traducción que diferentes autores dieron
difiere en algo, la pongo aquí también en el latín original: “Este nim amicitia ni- hil aliud nisi
omnium divinarum humanarumque rerum cum benevolentia et caritate consensio”.
9 Cicerón, La amistad, VI, 20, 105.
10 Cicerón, La amistad, VI, 22, 107.
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Importante es mencionar que Lelio hace una clara distinción entre
la amistad ordinaria y la amistad verdadera: “Y aquí no hablo yo de la
amistad vulgar y mediocre, que sin embargo deleita y aprovecha, sino de
la verdadera y perfecta, cual fue la de aquellos pocos que por la amistad
se hicieron célebres”11.
Terminando esta primera exposición, a Lelio le parece haber
dicho suficiente sobre el tema, y sugiere que sus yernos, en caso de
que quieren saber más, busquen a los profesionales de la materia.
Efectivamente Fanio y Escévola quieren obtener más información
sobre el tema de la amistad, pero prefieren que su suegro, y no
algún otro, continúe exponiendo sobre la misma. Lelio se resigna
y continúa su exposición. Aborda ahora primero la cuestión del
origen de la amistad. Para él, “la causa más profunda, más noble y
acorde con la naturaleza12 es el amor, del que la amistad recibe su
nombre. Es el amor lo que principalmente crea simpatías” y lleva a
la amistad verdadera, en la cual “nada es fingido, nada es simulado,
todo es auténtico y sincero”13. “El amor, es cierto, se robustece con
los favores recibidos, con las muestras de afecto, con la familiaridad
del trato, pero cuando todo esto se suma a aquel primer movimiento
del corazón y a aquella chispa de amor, entonces se enciende la
grandeza del cariño”14.
Aquí Lelio hace nuevamente una pausa, indicando que le
parece haber explicado suficientemente el origen de la amistad.
11 Cicerón, La amistad, VI, 22, 109.
12 En esta parte Lelio insiste dos veces en que el amor y la amistad nacen de la misma naturaleza:
“Para nosotros el sentimiento del amor y los afectos nacen de la propia naturaleza”, y “los
verdaderos amigos recibirán de la amistad los mayores beneficios y quedará más sólida e
irrefutablemente demostrando que el origen de la amistad está en la naturaleza y no en la
necesidad” (Cicerón, La amistad, VIII, 32, 127).
13 Cicerón, La amistad, VIII, 26, 119.
14 Cicerón, La amistad, IX, 29, 123.
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Pero sus yernos no se declaran satisfechos y le ruegan continuar su
exposición. Y Lelio acepta: “Pues bien, escuchen, queridos amigos,
el análisis de la amistad que con frecuencia hacíamos Escipión y yo.
Él decía que nada es más difícil que conservar una amistad hasta el
final de la vida”15. Las causas son varias:
Se debe, en primer lugar, a que con frecuencia se producen
choques de intereses que separan a los amigos; luego, a la divergencia
de ideas en torno a la política; también a que muchas veces cambia
la manera de ser de las personas, tanto por las adversidades de la
vida, como simplemente por la edad16.
Por último, si algunos llegan más lejos en la amistad, con
frecuencia la pierden por la ambición de ocupar altos cargos
oficiales, y la codicia de dinero17.
Lelio presenta algunas leyes que para la amistad corresponde
sancionar.
La primera ley es que entre amigos nada vergonzoso debe ni
pedirse ni concederse18.
La segunda ley es que el sostén de la estabilidad y constancia
que buscamos en la amistad es la lealtad, porque no puede haber
constancia donde no hay fidelidad19.
La tercera regla es la amabilidad en la conversación y en la manera
de ser, lo que da a la amistad un gran encanto20.
15 Cicerón, La amistad, X, 33, 129.
16 Cf. Cicerón, La amistad, X, 33, 129.
17 Cf. Cicerón, La amistad, X, 34, 131.
18 Cf. Cicerón, La amistad, XII, 40, 141.
19 Cf. Cicerón, La amistad, XVIII, 65, 179.
20 Cf. Cicerón, La amistad, XVIII, 66, 2008181.
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Y a esto añade todavía que “debe ser una norma el tener
gran cuidado en escoger las amistades, para no hacerse amigo
de quien un día pudiera convertirse en enemigo”21. Más bien,
“es conveniente elegir una persona sincera, simpática, que nos
sea afín, esto es, que sus preferencias sean las mismas que las
nuestras”22. Muy importante es “conservar las amistades antiguas,
porque las más antiguas, como ocurre con el vino añejo, son
las más entrañables. ¡Cuánta verdad encierra aquel dicho de
que ha sido necesario haber pasado mucho tiempo juntos para
llegar a ser amigos de verdad!”23. Y, “Las amistades solo deben ser
consideradas verdaderas cuando los caracteres hayan madurado y
se hayan confirmado por la edad, no antes”24.
Al final de la extensa exposición Lelio coloca sus pensamientos
acerca de la amistad en el contexto de la sociedad, que yo quiero
interpretar aquí hablando de la comunidad de nuestra universidad.
Esta “ha de ser considerada una excelente y felicísima compañía para
alcanzar el bien suprema de la vida. Esta sociedad [comunidad],
les aseguro, encierra todo lo que los hombres piensan que debe
desearse: la honestidad, la gloria, la tranquilidad del ánimo, la
alegría”25.
Termina Lelio su exposición, dirigiéndose a sus yernos con
las palabras: “Les exhorto a ustedes a que aprecien en mucho la
virtud, sin la cual no puede haber amistad, de modo que piensen
que, exceptuada aquella, nada hay más excelente que la amistad”26.
21 Cicerón, La amistad, XVI, 60, 2008, 171.
22 Cicerón, La amistad, XVIII, 65, 179.
23 Cicerón, La amistad, XIX, 67, 183.
24 Cicerón, La amistad, XX, 74, 191.
25 Cicerón, La amistad, XXII, 83-84, 203.
26 Cicerón, La amistad, XXVII, 104, 235.
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2. Aurelio Agustín
Agustín tenía un gran conocimiento de las obras de Cicerón y
llegó a obtener un ejemplar de su obra Lelio o de la amistad. En
una carta a un amigo de su juventud, un tal Marcelino, quien le
había comunicado que se había convertido al cristianismo, Agustín
cita la definición de amistad de Cicerón27. Empieza diciendo: “Ya
sabes cómo definió la amistad «Tulio, el máximo representante
de la elocuencia romana», como dijo alguien”28. Dijo con toda
verdad: “La amistad es el acuerdo en las cosas divinas y humanas
con benevolencia y caridad”29. Cicerón no elaboró en su pequeña
obra el acuerdo en las cosas divinas, y esto hizo precisamente
Agustín, llevando su experiencia y su concepto de amistad a un
nivel superior, es decir, al nivel de la fe, para llegar a un concepto
más amplio y más profundo, que llamaría “verdadera amistad”:
“Tú, amadísimo mío, en otro tiempo estabas de acuerdo conmigo
en las cosas humanas, cuando yo deseaba gozarlas al estilo
vulgar. Había acuerdo tan sólo en las cosas humanas, aunque con
benevolencia y caridad, pero no en las divinas”30.
Pero, habiéndose hecho cristiano y recibido el bautismo,
Marcelino llegó a estar también de acuerdo con Agustín en las cosas
divinas: “Ahora se ha agregado el acuerdo en las cosas divinas.
Conmigo llevabas la vida temporal con agradabilísima benignidad,
pero ahora has comenzado a vivir conmigo en la esperanza de la
vida eterna”31.
27 En la edición de las cartas de Agustín de la BAC se da como fecha de esta carta: Entre el 386
y el 391/395: Agustín, Obras completas XIb, Cartas (3.˚), Carta 258, (Madrid: Biblioteca de
Autores Cristianos, 1991), 498.
28 M. Anneo Lucano, Farsalia, 7, 62-63, (Madrid: Editorial Gredos, 1984), 292-293.
29 Cicerón, Lelio, VI, 20, 102-105.
30 Agustín, Obras completas XIb, Cartas (3.˚), Carta 258, 498-499.
31 Agustín, Obras completas XIb, Cartas (3.˚), Carta 258, 499.
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De hecho, ya antes Agustín había hecho una alusión a esta
definición de Cicerón, a saber, en su obra Contra los Académicos,
hablando de su amigo íntimo Alipio. Este fue alumno de Agustín en
Tagaste y en Cartago, siendo todavía un jovencito:
Alipio era, como yo, del municipio de Tagaste, y nacido de una
de las primeras familias municipales del mismo y más joven
que yo, pues había sido discípulo mío cuando empecé a enseñar
en nuestra ciudad y después en Cartago. Él me quería mucho
por parecerle bueno y docto, así como yo a él por la excelente
índole de virtud, que tanto mostraba en su no mucha edad32.
A sus dieciséis años Alipio fue mandado por sus padres
a Roma para estudiar derecho. Allá lo encontró nuevamente
Agustín, cuando llegó a esta ciudad en el año 383: “A Alipio yo lo
hallé en Roma, y se me unió con vínculo tan estrecho de amistad,
que fue conmigo a Milán”33.
Ya que la amistad de Agustín y Alipio llegó a ser una de
las amistades más profundas, duraderas y hermosas dentro
de la historia del cristianismo, presentaré aquí los datos más
importantes acerca de su desarrollo y realización. En Milán entró
en la amistad de Agustín y Alipio también Nebridio, otro africano,
que en Cartago había sido igualmente discípulo de Agustín. Estos
tres no solamente disfrutaban allí de su cercanía como hombres
que compartían las cosas agradables de la vida humana, sino
que entraron también juntos en una búsqueda de algo que podía
dar mayor sentido a su existencia. Eran conscientes de que las
cosas mundanas, por más que las atrajesen, a lo largo no podrían
satisfacerles suficientemente para hacerles felices y para realizarse
32 Agustín, Confesiones, VI, 7, 12, (Madrid: Bibliotecas de Autores Cristianos, 2013), 190.
33 Agustín, Confesiones, VI, 10, 16, 197.
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plenamente como personas: “Lamentábamos estas cosas los
que vivíamos juntos amigablemente, pero de modo especial
y familiarísimo yo trataba de ellas con Alipio y Nebridio”34.
“Eran tres bocas hambrientas que mutuamente se comunicaban
el hambre y esperaban de ti que les dieses comida en el tiempo
oportuno (Sal 144, 15)”35. Y más adelante Agustín añade todavía
a este testimonio: “Y discutía con mis amigos Alipio y Nebridio
sobre el sumo bien y el sumo mal”36.
Leyendo atentamente las partes de las Confesiones en que
Agustín describe el proceso por el que pasó en Milán, proceso que
podemos llamar también su crisis existencial, fácilmente puede
llevarnos a afirmar que fue precisamente Alipio quien con mayor
intensidad participó en él, incluso hasta tal punto que se puede
pensar que Agustín no hubiera llegado a su conversión si Alipio
no hubiera estado siempre e incondicionalmente a su lado. Esto se
ve de manera muy clara en la última parte del proceso. Es cierto
que Agustín no se sentía capaz de transmitir a sus amigos lo que
pasaba en lo más íntimo de su ser: “Tú sabes lo que yo padecía,
no ninguno de los hombres. Porque ¿cuánto era lo que mi lengua
comunicaba a los oídos de mis más íntimos familiares? ¿Acaso
percibían ellos el tumulto de mi alma, para declarar el cual no
bastaban ni el tiempo ni la palabra?”37. Sin embargo, allí estaba
Alipio, sereno, imperturbable, aun cuando su amigo le gritaba,
como pasó después de que habían escuchado el testimonio de su
paisano Ponticiano sobre el abad Antonio de Egipto, los monjes
de un monasterio en las afueras de Milán y unos soldados que se
habían convertido en Tréveris.
34 Agustín, Confesiones, VI, 7, 11, 189.
35 Agustín, Confesiones, VI, 10, 17, 199.
36 Agustín, Confesiones, 6,16, 26, 209.
37 Agustín, Confesiones, VII, 7, 11, 233.
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Entonces estando en aquella gran contienda de mi casa interior, que
yo mismo había excitado fuertemente en mi alma, en lo más secreto
de ella, en mi corazón, turbado así en el espíritu como en el rostro,
dirigiéndome a Alipio exclamé:
“¿Qué es lo que nos pasa? ¿Qué es esto que has oído? Se levantan
los indoctos y arrebatan el cielo, y nosotros, con todo nuestro saber,
falto de corazón, ved que nos revolcamos en la carne y en la sangre.
¿Acaso nos da vergüenza seguirles por habernos precedido y no nos la
da siquiera el no seguirles?” Dije no sé qué otras cosas y me arrebató
de su lado mi congoja, mirándome él atónito en silencio. Porque no
hablaba yo como de ordinario, y mucho más que las palabras que
profería declaraban el estado de mi alma la frente, las mejillas, los
ojos, el color y el tono de la voz. Me retiré, pues, al huerto, y Alipio
siguió mis pasos38.
Y es precisamente aquí que Agustín pone en su obra una
pregunta que manifiesta cómo estaba absolutamente seguro del
acompañamiento y del apoyo tan fiel de su amigo Alipio: “¿Y
cuando estaba yo así afectado, me hubiera él abandonado?”39.
Sentado en el huerto, Agustín oye una voz que dice “Toma y lee”.
Así que, apresurado, volví al lugar donde estaba sentado Alipio y yo
había dejado el códice del Apóstol al levantarme de allí. Lo tomé, lo
abrí y leí en silencio el primer capítulo que se me vino a los ojos, que
decía: “No en comilonas y embriagueces, no en lechos y liviandades,
no en contiendas y emulaciones, sino revístanse de nuestro Señor
Jesucristo y no cuiden de la carne con demasiados deseos” (Rom
13,13). No quise leer más, ni era necesario tampoco, pues al punto
38 Agustín, Confesiones, VIII, 8, 19, 282-283.
39 Agustín, Confesiones, VIII, 8, 19, 283.
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que di fin a la sentencia, como si se hubiera infiltrado en mi corazón
una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas40.
Y así se concluyó el proceso de conversión de Agustín. Pero no el
de Alipio.
Entonces, registrando el códice con el dedo o con no sé qué
otra señal, lo cerré, y con rostro ya tranquilo conté a Alipio lo
sucedido, quien a su vez me indicó lo que estaba pasando por
él, y que yo ignoraba. Pidió ver lo que había leído; se lo mostré,
y puso atención en lo que seguía a aquello que yo había leído
y yo no conocía. Seguía así: Reciban al débil en la fe (Rom
14,1), lo cual se aplicó él a sí mismo y me lo comunicó41.
Agustín asumió la tarea de ayudar a Alipio en su búsqueda de
conseguir una mayor convicción y seguridad en cuanto a la fe en
Jesucristo. Fueron a la finca de un amigo, llamada Casiciaco, junto
con Mónica, la madre de Agustín, un hermano suyo y dos sobrinos,
y dos discípulos de Agustín. Él organizó allá varios diálogos, el
primero de ellos llamado Contra los Académicos. El tercer libro de
esta obra que Agustín redactó a base de los apuntes que se tomaron
es un diálogo de Agustín y Alipio, y puede ser considerado como el
intento de Agustín para fortalecer la fe de Alipio. Lo logró, porque
dice en las Confesiones, hablando de la estadía en la finca: “Sometiste
al mismo Alipio –el hermano de mi corazón– al nombre de tu
Unigénito, Jesucristo, Señor y Salvador nuestro”42. Y en el mismo
texto de Contra los Académicos dice Agustín, haciendo referencia
a la definición de amistad de Cicerón: “Mi amigo familiarísimo no
sólo está conforme conmigo en lo que atañe a la probabilidad de
40 Agustín, Confesiones, VIII, 12, 29, 295.
41 Agustín, Confesiones, VIII, 12, 30, 295.
42 Agustín, Confesiones, IX, 4, 7, 307.
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la vida humana, más también en lo relativo a la religión, lo cual es
indicio clarísimo de la verdadera amistad, porque esta fue definida
muy bien y santamente como un acuerdo benévolo y caritativo
sobre las cosas divinas y humanas”43. Se concluyó así también para
Alipio su proceso de conversión: “Plugo también a Alipio renacer
en ti conmigo, revestido ya de la humildad conveniente a tus
sacramentos”44.
El crecimiento y la profundización en su relación de amistad
llevaron a Agustín y Alipio a una intimidad que raras veces se
puede encontrar entre humanos. Agustín lo formuló en una carta
a Jerónimo, el monje de Belén, a quien Alipio había visitado en un
viaje al Medio Oriente:
Aunque deseo con ardor conocerte, echo de menos poca cosa
de ti, a saber, la presencia corporal. Y aun confieso que esa
misma presencia me ha quedado impresa en parte con el relato
de Alipio, el cual es ahora beatísimo obispo, y era ya digno del
episcopado cuando te visitó y yo le recibí a su vuelta. Cuando él
te veía ahí, yo mismo te veía también por sus ojos. Quien nos
conozca a ambos, diría que somos dos, más que por el alma,
por sólo el cuerpo; tales son nuestra concordia e intimidad leal,
aunque él me supera en méritos45.
Alipio, de su parte, expresa el mismo sentimiento en un post
scriptum que pone a una carta que Agustín escribió a un tal Sebastián:
“Yo, Alipio, saludo cordialmente a tu Sinceridad y a todos los que
están unidos a ti en el Señor. Y te pido que tengas también por
43 Agustín, Contra los Académicos, III, 6, 13, en Obras completas III (Madrid: Biblioteca de
Autores Cristianos, 2009), 150.
44 Agustín, Confesiones, IX 6, 14, 314.
45 Agustín, Cartas (1o) 1-123 (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1986), carta 28,1, 148-
149.
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mía esta carta. Aunque hubiera podido enviarte otra aparte, he
preferido firmar ésta, para que una misma página te certifique de
la unidad de nuestras almas”46.
3. Elredo de Rieval
En el prólogo de su obra De spiritali amicitia Elredo dice:
“Llegó a mis manos el libro que Tulio escribió sobre la amistad e
inmediatamente lo juzgué útil por la seriedad de sus sentencias y
dulce por la suavidad de su elocuencia”47. Y al comienzo del libro
primero, o sea del diálogo de Elredo y el joven monje Ivo, dice este:
“No desconozco del todo ese libro que en otro tiempo me gustaba
tanto”48. Sin embargo, ambos confiesan que desde que empezaron
a leer las Sagradas Escrituras, tomaron distancia de Cicerón porque
no era cristiano. Dice Elredo: “Recordé lo que había leído sobre
la amistad en aquel librito del que antes hablé y me admiré de
que no tuviera ya para mí el mismo sabor de entonces”49. E Ivo
confiesa: “Desde que probé la dulzura de la miel de las Sagradas
Escrituras y el dulcísimo nombre de Cristo, vindicó para sí mi
afecto […] Consta que Tulio ignoraba la virtud de la verdadera
amistad, pues desconocía del todo a Cristo, que es su principio y
fin”50. Y ambos confiesan que la verdadera amistad tiene su origen
en Cristo.
Ivo: “La amistad que necesariamente debe existir entre nosotros,
comienza en Cristo, se conserva en él y a él se dirige, ya que es
46 Agustín, Cartas (3o) 188-270 (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1991), carta 248, 481.
47 Elredo, Amistad espiritual, Prólogo (De amicitia, thelatinlibrary.com/aelredus.html), 2.
48 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 7.
49 Elredo, Amistad espiritual, Prólogo 4. Sin embargo, Elredo cita en su obra setenta y cuatro veces
el libro de Cicerón.
50 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 7-8.
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su meta y culminación”51. Elredo: “En efecto, ¿qué se puede decir
acerca de la excelencia, la verdad y el provecho de la amistad, sino lo
que dijiste: que nace en Cristo, en Cristo crece y por él se plenifica”52.
El propio diálogo de Elredo e Ivo sobre la amistad empieza con
la cita de la definición que Cicerón dio de ella. Elredo preguntó a Ivo:
¿No te satisface lo que dice Tulio: “Amistad es tener un mismo
sentir, con benevolencia y caridad, acerca de las cosas humanas
y divinas”?
Ivo: Si a ti te basta, también a mí. Elredo. Entonces, ¿afirmaremos
que han llegado a la amistad perfecta los que tienen un mismo
pensar sobre las cosas divinas y humanas, y una misma voluntad
con benevolencia y caridad? Ivo: ¿Por qué no? Aunque no veo
qué entendía aquel pagano por caridad y benevolencia cuando se
refirió a ellas. Elredo: Tal vez, por caridad entendía el afecto del
alma, y por benevolencia las obras que expresan ese afecto.
Ivo: Te confieso que me gusta mucho esa definición. Sin embargo,
yo estoy persuadido de que no puede darse verdadera amistad
entre los que no viven en Cristo.
Elfredo no comparte el pesimismo de Cicerón en cuanto al
número de personas que llegaron a tener una relación profunda y
duradera de verdadera amistad: No te digo que entre los creyentes
te pueda citar tres o cuatro, sino miles de amigos, prontos a morir
los unos por los otros al modo de Pílades y Orestes, cuyo mutuo
amor celebran los paganos como un milagro53.
51 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 8.
52 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 9.
53 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 28. Para Pilades y Orestes, dos figuras mitológicas
griegas, véase la tragedia Ifigenia en Táuride de Eurípides.
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Diálogos sobre amistad158
En este primer diálogo, hace Elredo una distinción entre tres
especies de amistad, a saber: amistad carnal, amistad mundana y
amistad espiritual.
El origen de la amistad carnal procede de la afición que va en pos
de sus oídos y ojos fornicantes, a modo de una meretriz que dirige
sus pasos a todo el que pasa. Con movimientos, señas, palabras y
regalos, se apodera una persona de otra, mutuamente se encienden y
juntas arden. Tal amistad no se asume reflexivamente, no se escruta
con el discernimiento, ni se rige por la razón54.
La amistad mundana parte del amor de concupiscencia por las
cosas y bienes temporales; está siempre llena de fraude y astucia.
En ella no hay nada cierto, constante ni firme, como que cambia
según la fortuna55.
La amistad que con toda verdad merece el nombre de espiritual,
no comienza en la búsqueda de utilidad temporal ni en ninguna
otra cosa exterior. El corazón del hombre la desea por la dignidad
intrínseca de su naturaleza y su fruto no es otro que ella misma56.
Ivo se declara satisfecho con esta distinción entre especies de
amistad, pero manifiesta que quiere saber más acerca del origen de la
amistad entre los hombres: “Surgió de la naturaleza, del acaso o de alguna
necesidad? ¿O por algún precepto o ley impuesta al género humano? Vino
la costumbre y luego fue ella quien la hizo recomendable?”57. Elredo en
una primera instancia da una respuesta breve a estas preguntas: “Según
me parece, primero fue la misma naturaleza quien puso este amor en
el hombre, después lo dilató la costumbre y, finalmente, lo reguló la
54 Cf. Elredo, Amistad espiri tual, Libro primero, 39-41.
55 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 42.
56 Cf. Elredo, Amistad espiritua…, Libro primero, 45.
57 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 50.
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autoridad de la ley”58. Luego da una exposición sobre la creación de Dios
y sobre la caída del hombre por el pecado, para repetir que la amistad
se originó en la naturaleza, pero que en su forma verdadera no se deja
encontrar en todos los hombres: “Así la amistad, que en un principio,
junto con la caridad, existía entre todos y todos custodiaban, permaneció
como ley natural entre los pocos buenos”59.
Termina este primer diálogo de la obra de Elredo con una
curiosa pregunta del monje Ivo: “¿Y qué diré de la amistad? ¿Tal
vez lo que Juan, el discípulo de Jesús, dijera acerca de la caridad, que
Dios es amistad?”. Reacciona Elredo diciendo: “Es una expresión
inusitada. No se apoya en la autoridad de la Sagrada Escritura. Sin
embargo, no vacilo en decir de la amistad lo que se aseveró de la
caridad: «Quien permanece en la amistad, en Dios permanece y Dios
en él»”60.
El segundo diálogo de De spiritali amicitia comienza con una
conversación de Elredo y el joven monje Walter Daniel. Este indica
que leyó el diálogo que hace muchos años tuvieron Elredo e Ivo y
que fue impresionado por su contenido, y que pudo enterarse muy
bien acerca de qué es amistad. Pero ahora quiere que Elredo haga
una exposición sobre las ventajas que tiene la amistad para los
que la practican. El abad le dice que no pretende poder dar una
exposición que hace justicia a la dignidad de este tema, “porque
entre las cosas humanas, nada más santo se puede desear, nada más
provechoso se puede buscar, nada se encuentra más difícilmente,
de nada se tiene tan dulce experiencia y nada más provechoso se
58 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 51.
59 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 59.
60 Elredo, Amistad espiritual, Libro primero, 69-70. Ivo traduce la palabra “amor” del 1 Jn 4,16 por
“amistad”.
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Diálogos sobre amistad160
puede tener que la amistad”61. Sin embargo, da a continuación
un amplio elogio de la amistad. Walter confiesa que este elogio
le ha conmovido grandemente, pero pide que Elredo “explique
exhaustivamente cómo la amistad puede ser el mayor escalón para
alcanzar la perfección”62. Mientras tanto apareció también el monje
Graciano, quien pide al abad “poner algo sobre la mesa para que
pueda reconfortarme un poco, ya que no me puedo saciar como
éste [Walter] que, después de devorar no sé cuántos manjares,
sólo ahora, hastiado, me invita a las sobras”63. Elredo reaccionó
diciendo: “No receles, hijo. Quedan tantas cosas por decir sobre el
bien de la amistad que, si algún sabio las expusiera, juzgarías que
nada hemos dicho”64.
Se inicia el diálogo entre los tres, y Walter, como primero,
solicita al abad indicarles cuáles son los límites de la amistad,
porque sobre este punto hay diversas opiniones. Elredo dice al
respecto que “el mismo Cristo fijó una clara meta cuando dijo:
«Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn
15,13)”65.
Graciano presenta ahora un tema que ya hemos encontrado
en Cicerón, pidiendo a Elredo “decir entre quiénes puede nacer
y conservarse la amistad”66. Y Elredo dice: “En pocas palabras: la
amistad puede nacer entre los buenos, progresar entre los mejores
y consumarse entre los perfectos”67. Y más adelante define lo que
61 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 9.
62 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 15.
63 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 17.
64 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 18.
65 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 33.
66 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 37.
67 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 38.
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según él es una persona buena: “Llamo buenos a los hombres que,
en la medida que es posible a nuestra debilidad humana, viviendo
sabia, justa y piadosamente en este siglo, se resisten a pedir o
dar nada ilícito”68. Dentro de este contexto Elredo indica cuáles
amistades deben ser evitadas.
Hay una amistad pueril que origina un afecto inconstante y
alocado, orientado a todo el que pasa, superficial, sin discernimiento
ni mesura, sin atender a lo que es o no conveniente. Esta amistad
causa una afición pasajera y vehemente, que estrecha con más
fuerza y atrae más tiernamente. Lo llamo pueril, porque en esta
amistad, como en los niños, prevalece el sentimiento, es infiel,
inestable y siempre mezclada con amores no purificados.
Hay también otra amistad que concilia las peores costumbres,
de la cual me abstengo de hablar, porque ni siquiera es digna del
nombre de amistad.
Muchos estiman que debe ser deseada, cultivada y conservada,
por la utilidad que reporta, cierta amistad que se enciende con la
consideración del lucro69.
La verdadera amistad es la amistad espiritual. “Ella debe
comenzar por la pureza de intención, el magisterio de la razón
y el freno de la templanza. Así sobrevendrá un suavísimo afecto
tan inefablemente penetrado de dulzura que no pueda dejar de
ser ordenado”70. El hermano Walter se declaró conforme con esta
explicación y dijo: “Pero me gustaría saber si debemos admitir al
dulce secreto de la amistad a cuantos amamos así”71. Elredo expone
68 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 43.
69 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 57-58 y 60.
70 Elredo, Amistad espiritual, Libro segundo, 59.
71 Elredo, Amistad espiritual, Libro tercero, 4.
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Diálogos sobre amistad162
ahora que para llegar con otra persona a una amistad perfecta, hay
que subir por cuatro escalones: “El primera es la elección, el segundo
la prueba, el tercero la admisión y el cuarto el máximo consenso en
las cosas divinas y humanas con caridad y benevolencia”72. Sigue
ahora una larga exposición sobre estos cuatro escalones, y en medio
de ella todavía la indicación de seis causas que pueden lastimar y
hasta matar la amistad.
Conclusión del diálogo
Elija a tus amigos según el dictamen de la razón, por la similitud
de las costumbres y la comprobación de las virtudes. Después, de tal
modo se dará a su amigo, que la liviandad estará siempre ausente y
el gozo presente, y no abandone los servicios y las atenciones que
prescriben la benevolencia y la caridad.
Tras esto se comprobará su fe, su honestidad y su paciencia.
Paulatinamente se llegará a la comunión en los proyectos, a la
asiduidad en poner su empeño en las mismas cosas y hasta cierta
igualdad en el semblante. Tal debe ser la conformidad entre los
amigos, que en el mismo instante que se vea el semblante de uno
se refleje en el del otro73.
Bibliografía
Aelredus Rievallensis, De amicitia, thelatinlibrary.com/aelredus.
html.
Agustín, Cartas (1o) 1-123 (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,
1986).
72 Elredo, Amistad espiritual, Libro tercero, 8.
73 Elredo, Amistad espiritual, Libro tercero, 130-131.
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